'Hubo una vez que os pedía 
tres palabras y un número 
y os escribía relatos, 
pero no os acordáis.'

Cuando se despertó todavía estaba amaneciendo, los primeros rayos de luz se colaban por entre las ranuras de la persiana aunque la habitación estaba aún en penumbra. Se arropó entre el edredón y cerró los ojos intentando recordar qué la había sobresaltado, y se asustó tanto al rememorar la escena que volvió a abrirlos rápidamente. Algún borracho volviendo de fiesta pensó que un par de petardos eran un buen plan, y ella en el sueño los confundió con disparos. Un sueño que no era un sueño sino una pesadilla disfrazada de recuerdo y lo que le asustaba no es la pesadilla en sí, sino despertar y darse cuenta de que era real.

Estaba en una habitación y recordaba la cara de pánico de mamá, porque hay caras que no se olvidan, y cómo se recompuso en cuestión de segundos tras haber sonado el timbre. Recordaba cómo había ayudado a papá a esconderse en el doble fondo del sofá, intentando ocultar a un hombre pero escondiendo también unas ideas y una suerte, porque hay lenguas más afiladas que las hojas de cualquier navaja y ‘cualquier noche no vuelves’. Y entonces ‘señora avísenos si le ve’ y corriendo al teléfono con ‘ayúdame Emilio, que sé que tienes contactos y Miguel es un hombre de bien, tú lo sabes’. 

Se acuerda de poco, porque entonces no llegaba al metro y medio y porque la memoria le falla a veces, pero sigue teniendo pesadillas con escenas de hace más de sesenta años y ahora al despertar la pesadilla es bien distinta. Entonces se gira aún en la cama y los ve a los dos en las fotos de la mesilla de noche, y sonríe con nostalgia. Porque nadie debería ver morir a un padre pero todavía menos a un hijo, y por eso reza cada noche a quien quiera que le oiga, y por eso bendice cada minuto que tiene noticias suyas desde cualquiera de los países que dicen necesitar tropas españolas para ya no sé qué cosa. ‘Como si aquí no te necesitáramos, cariño’, susurra al hombre sonriente vestido de militar de la fotografía.



Y entonces decide levantarse, y llama a Elena para ver a qué hora se va ella para el aeropuerto y a qué hora le dejará a las niñas en casa. Prepara café y tostadas, porque hoy va a necesitar fuerzas, porque la vida sigue y porque hoy vuelve Miguel, porque ocho meses sin abrazar a su hijo no tienen justificación alguna, porque le espera un día de emociones y juegos y risas y, bueno, porque esas dos mocosas a las que quiere más que a si misma sí que suelen darle guerra.

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